I
Escribe
Félix Romeo en “Noche de los Enamorados” (Mondadori, 2011), su novela póstuma:
“Cuando se publicó Amarillo, mi anterior
libro, habían transcurrido dieciséis años desde el momento de los hechos, el
suicidio de Chusé Izuel, e hizo que eclosionaran miles de moscas.
Todavía las estoy espantando.
Sin mucho éxito.
Han pasado dieciséis años desde que María Isabel fue asesinada”
Y en el párrafo inmediatamente anterior:
“Me pregunto cuándo empieza realmente la Historia, el momento en que el relato de los hechos deja de abrir heridas en las que hay huevos de mosca justo antes de eclosionar”
Todavía las estoy espantando.
Sin mucho éxito.
Han pasado dieciséis años desde que María Isabel fue asesinada”
Y en el párrafo inmediatamente anterior:
“Me pregunto cuándo empieza realmente la Historia, el momento en que el relato de los hechos deja de abrir heridas en las que hay huevos de mosca justo antes de eclosionar”
Paralelos. A
María Isabel Montesinos Torroba la asesinaba, dieciséis años antes de figurar
en “Noche de los Enamorados”, Santiago Dulong, compañero del escritor en la
Cárcel de Torrero, Zaragoza, donde Félix cumplía su infame condena por
insumisión. Una injusticia -la suya- recogida incluso por el cine... Dieciséis
años pasaban también entre “Amarillo”, su novela sobre la muerte de Chusé Izuel,
amigo de toda una vida (“el fuego sin
fuego de mis muertos”), y la propia muerte de Chusé Izuel. Dos novelas,
mismo narrador: iguales lapsos de tiempo, iguales procedimientos obsesivos,
iguales pérdidas. Paralelos.
¿Cuándo empieza la Historia?, ¿cuándo deja de abrir heridas?, ¿cuándo cicatriza?, se pregunta el narrador en “Noche…” Son interrogantes -precauciones- inesperados en un novelista tan visceral y franco como Félix Romeo. Hay en ellos -en ellas- delicadeza, rasgo que planea sobre toda su obra (aunque sorprenda a sus lectores menos avisados); también un dolor profundo... pero no dejan de apuntar a una duda última, mucho más inquietante: ¿cuándo puedo escribir sobre la vida?, ¿cuándo adquiero ese derecho? Nos extraña la prevención: Félix Romeo era un vitalista.
¿Cuándo empieza la Historia?, ¿cuándo deja de abrir heridas?, ¿cuándo cicatriza?, se pregunta el narrador en “Noche…” Son interrogantes -precauciones- inesperados en un novelista tan visceral y franco como Félix Romeo. Hay en ellos -en ellas- delicadeza, rasgo que planea sobre toda su obra (aunque sorprenda a sus lectores menos avisados); también un dolor profundo... pero no dejan de apuntar a una duda última, mucho más inquietante: ¿cuándo puedo escribir sobre la vida?, ¿cuándo adquiero ese derecho? Nos extraña la prevención: Félix Romeo era un vitalista.
La verdad es
que preguntas como éstas no surgirán sino en una fecha tardía, casi en las
últimas páginas de “Noche de los Enamorados”, tras todo “Amarillo”, como si
antes de encontrarlas -y de la consiguiente posibilidad de respuesta- Félix sólo
hallara el medio, la misma escritura, la indagación, el recorrido obsesivo y
circular por un mar de datos y suposiciones, laberinto repleto de topoi a los que vuelves o crees haber
vuelto -por su parecido de familia-.
Apenas hay preguntas de alcance general en “Amarillo”. Tras numerosas
depuraciones del texto hasta su esencia, un esqueleto, prima la búsqueda total
de Chusé en los detalles, un desaliento que parece mecánico, el absurdo -muy asumido-
de buscar motivaciones, trayectorias y esquemas lógicos en el caos oceánico de
lo vivido y recordado (de ahí el agarre desesperado en datos y citas, la
ilusión de cualquier objetividad, por pequeña que sea). Cada mínima aserción de
“Amarillo” sienta en un via crucis previo; es más, su edificio lógico se
mantiene en equilibrio improbable, temblando. Materiales así son los que impiden
a Félix cualquier interrogación estructural. Al fondo, Chusé Izuel matando a
Chusé Izuel, acabando con su cadena de causas y efectos (arma y límite de toda
indagación) y, más desolador aún para su amigo -incluso tres lustros más tarde-,
negando la vida y su sentido (comprar el pan, hacer una tortilla y lanzarse
balcón abajo del piso compartido en Barcelona). Comprendemos el dolor: Félix
Romeo era un vitalista.
Siguiendo
con los paralelos, podemos imaginar el vacío de esa caída doble, la de Chusé -literal-
y la de Félix -interior-, dos abismos que se abren simultáneamente, en el mismo
momento de 1992, resistiéndose a cualquier cierre. Acciones sin final ni
reposo. Félix, la parte débil del binomio, sigue viviendo, eligiendo una vida imprevista,
en cierta manera: la que, de manera tácita, ambos reservaban para el propio
Chusé, el escritor sucio, el genio feroz y sensible, medio roto aún (por un mal
amor), pero con todo el futuro y una “carrera literaria” por delante. Félix
cuidaba hasta entonces, se mantenía en segundo plano, por delicadeza y porque
las amistades largas imponen -a veces- extrañas jerarquías. La misma delicadeza
(no se extrañen sus lectores) que traerá ese hiato de dieciséis años hasta
“Amarillo”; la misma que postergará la escritura de “Noche de los
Enamorados” (“esto no es un juicio,
porque no se puede juzgar a los muertos, y Santiago Dulong murió hace diez
años”, escribirá).
En resumen, Chusé Izuel dijo no a seguir viviendo, a la literatura y a muchas otras cosas un 27 de Febrero del 92. Tenía 24 años.
En resumen, Félix (Romeo) sería pues el escritor, en ausencia de Chusé y en lo sucesivo, rol que ni hubiese contemplado de proseguir su asociación vital. Mejor dicho, justamente por ella lo asumía ahora. Porque el binomio aún tenía sus leyes, obligaba. Sin final ni rescisión a la vista, eso sí. La paradoja que hacía posible al Félix Romeo escritor, tras el fatídico veintisiete del dos del noventaidós, también era garantía de doble caída libre para ambos. El salto de Chusé seguiría y seguiría aéreo hasta que Félix lo cerrase de alguna manera, con algún sentido o, al menos, alguna sanación; y el vacío de Félix no dejaría de serlo hasta que su obra encarase lo sucedido, ese órdago de Chusé a la propia vida y a la de algunos otros -la de Félix Romeo, sin ir más lejos-.
Eso es “Amarillo”, en el fondo: la búsqueda de la palabra, sin saber aún cómo ni por qué. Tan tentativo y emocionado, dieciséis años más tarde, como para sólo rozar las preguntas.
“Cuando
se publicó Amarillo, mi anterior libro, habían transcurrido dieciséis años
desde el momento de los hechos, el suicidio de Chusé Izuel, e hizo que
eclosionaran miles de moscas.
Todavía las estoy espantando.
Sin mucho éxito.”
Todavía las estoy espantando.
Sin mucho éxito.”
II
“Sin mucho éxito”. Pese al gran esfuerzo de
“Amarillo”, las moscas siguen rondando a Félix Romeo. Seguirán ahí. El fantasma
de Chusé Izuel atravesará sin remedio “Noche de los Enamorados”, novela que ya
no es la suya, sino la de otra pareja trágica (María Isabel y Santiago Dulong),
muchas veces de modo explícito, pero sobre todo en la trasposición de métodos
narrativos, dupla protagonista, abismos, peligros, engaños.
La reinterpretación
del mismo tema, el de los límites entre víctima y verdugo, será en “Noche…” más
exacta (no sólo en lo estilístico), quizá porque Romeo ya no habla de Chusé, el
amigo sin el cual no sería. Hay una mayor distancia, tanta como para implicar
pasados mucho más largos y políticos, de los que explican cómo Santiago Dulong
pudo pasar por víctima siendo verdugo proverbial o cómo María Isabel, su
víctima, apenas encontrará justicia o la menor comprensión en cierto sistema y
momento.
Los foucaultianos procesos de “búsqueda de la verdad”, lejos de la literatura sentida y exploratoria de “Amarillo”, fueron con Santiago Dulong y María Isabel, muy en cambio, los de jueces y periodistas, es decir, los propios -y tan ajenos- de una época y sus inercias. Romeo puede sentir la iniquidad del proceso, su frialdad, su habitualidad, sus cunetas, rastrearla entre los mismísimos antepasados de Santiago Dulong (ese antiguo alcalde republicano del mismo nombre, olvidado década tras década) y comparar finalmente con la pasión y calidez de “Amarillo” o “Noche…”, favorablemente.
Los foucaultianos procesos de “búsqueda de la verdad”, lejos de la literatura sentida y exploratoria de “Amarillo”, fueron con Santiago Dulong y María Isabel, muy en cambio, los de jueces y periodistas, es decir, los propios -y tan ajenos- de una época y sus inercias. Romeo puede sentir la iniquidad del proceso, su frialdad, su habitualidad, sus cunetas, rastrearla entre los mismísimos antepasados de Santiago Dulong (ese antiguo alcalde republicano del mismo nombre, olvidado década tras década) y comparar finalmente con la pasión y calidez de “Amarillo” o “Noche…”, favorablemente.
También hallará conexiones molestas, no obstante. Dulong, el estrangulador, comparte rarezas en el crimen con el pobre Chusé Izuel, asesino sólo de sí mismo, pero también y sobre todo cierta condición simultánea -y paradójica- de víctima y verdugo. Romeo se acerca por ahí a las preguntas. Chusé y Santiago, antípodas en tantas cosas, se le van revelando como bisagras entre libros, repeticiones, víctimas que son verdugos y son víctimas, todo a la vez. Tal descubrimiento cambiará a Félix Romeo en plena narración, epifanía dolorosa que buscaba sin saberlo en “Amarillo” y que explotará en plena redacción de “Noche de los Enamorados”. Santiago y Chusé, moviéndose en trayectorias paralelas respecto a su común denominador -nunca mejor dicho-: Félix Romeo. Hace falta pulso para escribirse los propios muertos hasta destruir su propia imagen recordada.
Hay más de esos personajes-bisagra en el díptico de ambas novelas, con todo. Su descubrimiento será aún más traumático.
María Isabel Montesinos es la víctima inequívoca de Santiago Dulong, alcohólica, presunta prostituta, hilera de dientes negros… apenas un esbozo en la memoria de testigos, periódicos y sumarios. Para sus jueces -profesionales o contingentes-, se merece el desprecio de su verdugo y pareja, hasta el punto de casi trazarle su propio crimen: víctima propiciatoria en una sociedad que aún amparaba -años 90- la violencia y el sojuzgamiento de la mujer en privadísimos ámbitos domésticos. Esa sociedad quiere el olvido y escoge el relato del “parricida” (el mismo nombre le parece un desatino a Félix), por razones históricas y de simple mezquindad humana. Evita las preguntas, ante todo. Prefiere un relato cartesiano a la verdad (siempre más elusiva e incómoda, menos privada), aunque sea el del estrangulador que antes de asesinar a María Isabel le cortaba el pelo a la fuerza (“pelona” no tendría la misma belleza “para engañarle”). La tarea le resultaba especialmente fácil a Dulong cuando la dejaba inconsciente...
En fin, no habrá búsquedas vivas como la de “Amarillo”, de las que cuestionan al que cuestiona y le hacen cambiar. Será un simple encaje de lo que no encaja, otro fraude en el espejo. Ni los forenses, ni los informadores, ni el juez actúan en sus funciones normales. No quieren ir más allá, verse en el retrato. La indagación casi exonera a Dulong, el estrangulador y maltratador, con una breve estancia en la cárcel. Félix siente la injusticia de permitirle el relato a los verdugos: María Isabel morirá una y otra vez, como Chusé seguirá cayendo y cayendo del mismo balcón. Y explota, ya sin prevenciones o ambigüedad:
“Me sorprende la imprecisión de los
términos médico-forenses que se refleja en la sentencia, y que conduce a los
jueces a tomar una decisión: “glotis muy contraída”, “degeneración hepática”.
Quiero decir: me indigna esa imprecisión.”
Quiero decir: me indigna esa imprecisión.”
“Me
indigna”. El término marcará el durísimo final de “Noche de los Enamorados”. El
escritor, tras los laberintos personales y narrativos de “Amarillo”, encuentra
la Historia, su capacidad de restitución, cuando “el relato de los hechos deja
de abrir heridas en las que hay huevos de mosca justo antes de eclosionar”. Ante
la voz aceptada de los verdugos, ante la perpetuación de la herida en sus
víctimas (y más allá)… un escritor puede restituir(se) el orden, a través de la
escritura. Félix Romeo, sin ir más lejos. No se trata de construir ningún
paradigma universal, ningún “ensayo sobre la justicia”, porque, como él mismo
dice, “no se puede juzgar a los muertos”: sólo restablecer el lugar de ciertas
víctimas en el mundo (la literatura como búsqueda y ordenación del mundo),
detener su dolor en los vivos, romper las inercias, los retratos forzados y
escasos en el espejo. El poder enunciativo de lo que surge en este punto de
“Noche…” es indudable. Será tal que cerrará la novela, el díptico que forma junto
a “Amarillo” y, probablemente, toda una etapa narrativa de Félix Romeo.
Chusé Izuel es la víctima y verdugo de Chusé Izuel, como María Isabel es víctima del verdugo -y falsa víctima- Santiago Dulong. Romeo ha encontrado las preguntas y una buena pregunta incluye su respuesta délfica. Saber preguntarse (como hace Félix Romeo, jugándose el tipo) es saber preguntar. La sinceridad del largo proceso, su paciencia y humildad, contra el de frías instancias oficiales (encerrar insumisos y liberar estranguladores, todo sea por una amable imagen en el espejo) hacen caer ahora las respuestas, como fruta madura. Dalila Love, prostituta de “Discothèque”, su novela de 2001, comparece por sorpresa en las últimas páginas de “Noche de los Enamorados”, intertexto, sólo para espetarle a un camionero de aquella novela, ya entonces trasunto del mismo Santiago Dulong -el maltratador y estrangulador-: “¿quieres que te meta el puño por el culo hasta que te aplaste el corazón para acabar con tu culpa, con tu desgracia?” Una de esas preguntas que incluyen su respuesta délfica, ¿no?. Adiós a las precauciones.
Pero hablábamos de dobles parejas. Chusé, María Isabel, Santiago Dulong… nos falta el cierre y esa facultad de cierre sólo la tiene el propio Félix, polo -póstumo- de todos ellos. Ha restituido a los tres en sus lugares. Ha visto las preguntas y las respuestas han llegado como un torrente (algunas, implícitas, sobreentendidas). Ha sido doloroso, pero lo ha afrontado. Es el momento. Ya puede volver al relato de Chusé y verse a sí mismo reflejado, a los dos: la sombra del suicidio, la negación de la vida y aspiraciones compartidas, de su mismo valor (y Félix Romeo era un vitalista). El legado de Chusé es mucho más negro que una profesión de escritura e indagación, heredadas por demás. Félix Romeo también es su víctima, con todas las letras (mucho más allá de cristianos conceptos de culpa). En eso, Chusé se parece a Santiago Dulong, involuntariamente (comprar el pan, hacer una tortilla y lanzarse balcón abajo). Félix debe aceptarlo, aceptar la agresión (“no se pueden reparar las ofensas a los muertos”) y pasar de víctima a verdugo, mediante la escritura, tal y como acaba de hacer con Santiago Dulong. Restituirse en víctima, como antes restituyó a María Isabel. Restituirse como verdugo, escribiendo. Es terrible. Son terribles las últimas páginas de “Noche de los Enamorados”, inexorables. Las bisagras ya están claramente definidas, dos a dos, el díptico se cierra.
El escritor
como verdugo, para seguir viviendo. Un exorcismo en dos libros, realizándose,
matando al padre (Chusé Izuel, el más fuerte del binomio), cumpliendo su
herencia, camino expedito para seguir viviendo y crear sin las viejas sombras.
Y esa última ironía: Félix Romeo muere un 7 de Octubre de 2011, justo antes de
la publicación de “Noche de los Enamorados”, con poco más de 40 años. Las
bisagras claramente definidas y el díptico que se cierra, simetría perfecta de
la muerte. Se cierra, cuando estaba destinado a que Félix siguiera viviendo y
creando, buscando, escribiendo nuevos libros. “Esto no es un juicio, porque no se puede juzgar a los muertos”
¿Quién nos restituye ahora a Félix Romeo?