sábado, 18 de febrero de 2012

Carretera los Barrios, xunu del 93


Hai momentos asina. Nun tienen daqué especial, pero dexen ver la cadarma, la blima, el cartón del moñecu que tas siendo nel mundu, como si l'espeyu devolviera un reflexín inesperáu, cásique axeitáu, si eso ye posible. Surden averaos a la identidá, tieslo comprobao, nesi centru inestable metanes l'airón, y dicir que rellumen sedría un bilordiu con PVP. En tou casu, si rellumen, rellumen pa otros, enxamás pa uno mesmo.
Vamos dexalo en tresparencia y non siempre de les confesables, amás.

Baxábemos del pueblín y del llar au quedaren les mochiles, una aldea guapa y cuspida nel monte llionés, penriba los milenta metros d'altura. Yéremos tan mozos n'aquel Xunu del 93 (¿o yera'l 92? non, yera'l 93, sí, seguro...) que nin acarretamos botelles dende Xixón, nin botelles nin otres ferramientes de les que son vezu nos ritos iniciáticos. Nun hebo ritos. Pero sí que yera la primer vez que díbemos solos unos díes pa la casuca, tolos collacios, llonxe de families y esames, mazcaritos, tuteles adultes... ya inclusive de les pontes ruines qu'iguamos nesa edá, pa dir tirando, masque tremen y esbarrumben. Taben les nueves armes, val, lo que quieras, pero tamién les nueves fraxilidaes.

El momentu ye nuna curva y nunos segundos determinaos. Pues remembrar la posición de toos, lo que se taba falando (planes pal branu n'otros sitios inaugurales, vivíos por xente que yéremos namás que a medies), los escayos na cuneta, la roca caliza floriando pente los praos contra'l cielu mariellu, la facilidá de la baxada, dexase dir, la inercia polo pindio, tar y nun tar nel mundu (privilexu de mocedá), sabese vértice (de lo que seya, qué más te daba), o l'anarquía de dir pel mediu la carreterina (los nuevos poderes), al debalu, solu a la fin y acompangáu colos collacios que tamién taben y nun taben, cayendo -más que caminando- pa la villa grandona, la villa au díbemos ensayar nueves mentires adultes (a medies tamién, como con too)...
Esos segundos banales, ensin mayor xacíu, quedaron na memoria ensin porosidá denguna, bien intensos. Podríes fixar cada povisa nel aire y cada bachón nel asfaltu, la lluz, los xestos, les voces ayenes de cadún y el lladríu de los mastines na casa de la curva, pasada recién. Tresparente too y nicial, albidrando los teyaos de los nuevos pueblos per venir, nesi branu y nos siguientes. Tábemos mancaos -mancaba too- (y más que taríemos, les firíes sobre piel de verdá, non pelleyuca), pero esos segundos, los del entamu, yeren los del movimientu en comuña, bien paralelu (pol vacíu de cualquier partida, más que nada), el vértigu de tar no más alto de la montaña rusa y yá ensin frenu posible, xusto enantes de la primer baxada.

Cuasi venti años dempués, escribisti un poema falando d'ello: enverde piesllar el momentu, na curva los mastines, fíxose un abismu que calecía. Una y otra vez.



lunes, 13 de febrero de 2012

Un post-it: Cai Lluarca, nº13, 8:20 AM, 13-02-12


Bajas a primera hora y hace bastante frío. Te subes la cremallera de la chaqueta. Ajustas los guantes. Echas a caminar y ves el post-it amarillo en la puerta de cristal del número 13. El aviso está escrito con esmero y pegado por la parte interior, con una letra femenina, redondeada:

LAS PUERTAS
SE
CIERRAN



viernes, 3 de febrero de 2012

Carlos Barral, Calafell 1966 (túmulos, III)


En la foto de Muchnik, Barral está de espaldas a la mar doméstica. Va de marinero oficial, gorra calada, camiseta blanca de algodón, barba ahabiana, descalzo sobre la arena.

Siempre se habla del Barral personaje, identidad más o menos asumida con los años y muy de cara al público, demasiado amada por los interesados para ser completa (él mismo, Yvonne Hortet, etc.), incluso en la falsa ironía y distancia de llegar a matarlo, matarse nada menos, en su novela "Penúltimos Castigos" (1.983). Matar al personaje -el autor- para que viva más y para que la obra permanezca en el tiempo y más allá de él, esa comicidad última. No hay una compleción porque Barral cree que somos ante todo lenguaje y el lenguaje no tiene un cierre. No da ese paso, no tendría mayor sentido: la obra seguiría sin él, sigue.


CALAFELL. En la foto, tomada por el también editor Mario Muchnik en Calafell 1966, el personaje en su ceremonia es el que salta a la vista, el mismo que regía una de las últimas velas latinas del Mediterráneo (su "Capitán Argüello", la réplica del barco del padre) con el desaliño de los pescadores originales, el que recibía a los mayores escritores del planeta (Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa) en su retiro natural, y que alternaba sin corte visible con los lugareños "porque conocía el nombre de los peces, aun de los más raros, y el de los caladeros, y las señas de las lejanas rocas submarinas".


LA FOTOGRAFÍA. A Calafell llegó por accidente homérico su padre, gracias a una galerna que le desvió la ruta. Han pasado más de cuarenta años. Es 1966 y Carlos Barral mantiene aún los ritos heredados (libros, Calafell, navegación, armas del Renacimiento); él mismo es padre ahora: Yvonette, su hija, una chiquilla, salta y pasa a su lado, el pelo revuelto por la velocidad. Ella es el presente, la fuerza, el impulso. Corre hacia el mar, la domus, a punto de saltar ese pequeño bloque de cemento en el que se sienta el padre. No hay intercambio entre ambos, sólo contraposición, porque ese bloque marca una frontera en el tiempo y los dos miran en direcciones opuestas.

BARRAL. Barral, en reposo y meditabundo, prematuramente envejecido a sus 37 ó 38 años, gastado por las luchas, los alcoholes y la visión central de una decadencia (la decadencia como axis mundi, ése es el motor). Barral mirando en línea de fuga a un lado del espectador y del propio fotógrafo, quizás hacia la casa que hoy acoge el Museu Casa Barral, la antigua botiga de pescadors, hacia el pasado reconstruido por su memoria de poeta y mitómano, un Calafell humilde y marinero que ya no existía hacía mucho y que en 1966 deviene urbe "vacacional", uno de los monstruos desarrollistas contra los que luchará en su etapa como político, sin éxito. Saber que se muere un mundo.

YVONNETTE. Yvonette mirando justo en la dirección opuesta, lanzada hacia los futuros y un mar que sí son los de ella, los domésticos. El niño es siempre nativo.


ARENA-AGUA. La arena que pisa Barral, sentado ahí: la materialidad doméstica y mediterránea, el padre perdido al comenzar la Guerra, la infancia de entonces, la sucesión, lo que tiene un peso y una historia.
Al otro lado del bloque de cemento, en la mitad superior de la foto y a su espalda: sólo un telón, el agua confundiéndose en el blanco del horizonte, fondos planos para el juego de veraneantes y bañistas minúsculos, como recortables, es decir, el lugar difuminado y ajeno que espera a Yvonette y hacia el que la niña corre en escorzo, y que ya nunca será el de él, no del todo.


PERSONA. Barral editor, sembrando las culturas contemporáneas de Europa en un erial, mientras el poeta oficia en Calafell agarrado a una mar milenaria, a medias mítica y apócrifa, a la necesidad de lo bello y transmitido y arrebatado por el tiempo en toda su fealdad (la Guerra, la Dictadura, la muerte, la especulación del paisaje, lo zafio). Saber que se muere un mundo. El Barral personaje es juez y parte de su poética, de la narración, como la persona. Ambos debían confundirse con los años, no había otro camino, pero no lo harán del todo, porque siempre hay esa parte que no es cognoscible, que no tiene fin, o esa parte que no le pertenece a uno mismo, ni siquiera inventándose.

Calafell, padre, Mediterráneo, amistad, transmisión, paternidad, velas latinas, étimos, culturas. Barral en su mundo poético como el pie en la arena trufada por los desperdicios de los nuevos veraneantes, la misma sobre la que en otros tiempos los pescadores deslizaban los bous y se hacían a la mar.

La fotografía de Mucknik, el paso del tiempo en dos eles ensambladas y afrontadas en la composición, la de Yvonette y la de Carlos, padre e hija: la fricción siendo el presente, Calafell 1966.




Queda el lenguaje, el gesto poético.
In memoriam.