martes, 6 de marzo de 2012

Plástico (Barrio de Pumarín, 1982)


Las manos del niño disponen las piezas sobre el marco de la ventana. Pequeños ladrillos de plástico que se ordenan en hileras, sobre la madera amarilla. Los círculos de encaje, sobresaliendo en la parte de arriba de cada uno de ellos, son ahora botones, forman líneas multicolor, un cuadro de mandos. Las manos del niño activan la combinación precisa. El tren sale y la realidad al otro lado es dinámica: el tránsito incansable de los peatones, algunos reconocidos, la mayoría simples extraños, empequeñecidos desde la visión de un primero en la calle Eugenio Tamayo, con el Naranco al final de la vía.
Una montaña frente al cristal de tu casa es un ser vivo cuando se tienen cinco años. Cambia más que la sucesión de señoras con bolsas de tela o los clientes -ropa de la década anterior, barba de tres días- en el bar con el cartel del Águila Negra: tiene una piel, la gama de colores varía en su falda y mucho más allá de lo estacional, hora a hora. Las nubes se le rompen en jirones, a media altura; los coches minúsculos lo surcan como parásitos; la nieve se le posa a veces y anuncia otro viaje, más real, con los padres y en un 600 rojo. Es también una especie de hito: aprendiste a leer el tiempo, a predecirlo, por la relación de señales sutiles que mantenía con el Naranco, una habilidad imprescindible para conducir este tipo de trenes, aunque no sepas por qué.

El viaje perfecto: ese cambio discrecional y lento sobre los raíles, con los elementos que permanecen, los más, fijando un paisaje, repitiéndolo sin fin, anexionado sentimentalmente, ladrillo de plástico a ladrillo de plástico, y dispuesto con tenacidad y por colores sobre el marco de una ventana, en el orden secreto de tu visión infantil.
El maquinista tiene cinco años, activa la combinación precisa y es el centro de un círculo, la punta del compás: el movimiento del tren no es una línea, gira en torno suyo.
-- "¡Recógeme esas piezas pero ahora mismo!".

Echarás de menos la montaña.


2 comentarios:

  1. Traime buenos recuerdos esta guapa entrada del to blog.
    Enfrente de la casa los mios pas de la Pola de Llaviana, Fran, ta una montaña, "El Cantiquín", que cuasi fue ella sola escribiendo la hestoria del mio pueblu. Primero había unes mines (Coto Musel) que col tiempu cerraron. Pastiaba´l ganáu (pequeños puntinos pardos y negros nel monte), el cambiu de les estaciones, los colores, etc. Ye verdá que ye(ra)un ser vivu.

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    1. Dempués tá malo vivir ensin monte nes ventanes, fáltate dalgo ya nun sabes qué. Decáteste en llegando a una casa que lu tenga nos cristales, otra vuelta. Quedes plasmáu mirándolu y col ánimu sele, como'l nenín.
      Voi mirar agora El Cantiquín na rede, Miguel, que nun lo conozo. Lo que fales del to monte y pueblín ye dir acullá y falar d'un país tamién, pero eso sábeslo tú de sobra (ta na to poesía). Los montes tienen muncho col tiempu, pa los que los miramos de nenos, ¿non?. Un abrazu.

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