domingo, 30 de septiembre de 2012

Teresa, Gradefes


                                                 
                                                                                     Para los viajeros Clase C (Septiembre del 2012)


                                                                                 I

Cuando abrieron la tumba de Teresa Petri, en 1959, encontraron la misma redecilla, los mismos bordados en oro y los mismos chapines en cuero que alguien había esculpido sobre ella, en la tapa sepulcral, 800 años antes.

Teresa, Gradefes. La señora de García Petri no sólo consiguió la cesión de tierras de Alfonso VII, sumando las de su ya entonces difunto marido y las propias, sino que iniciaba la fábrica del cenobio con una iglesia de rara belleza femenina y equilibrio entre épocas -sin continuidad en las humildes ampliaciones del XVII-. Fundaba, en realidad, uno de los primeros monasterios femeninos del Císter -tributario del navarro de Tulebras y precedente claro de lo que Alfonso VIII centralizará en Las Huelgas, Reina Leonor mediante-, y en él, en Santa María de Gradefes, ejercería como primera abadesa, de 1168 a 1187. La comunidad sigue vigente, con la misma regla y en el mismo lugar. 800 años después.


                                                                              II

Se cree que fue Teresa Petri quien mandó traer el cuerpo de su esposo García, enterrado originalmente en Sahagún (una mujer del XII con el poder de quebrar la última voluntad de su marido). Se cree que el mausoleo que miras ahora, en la nave lateral, es el de ambos.

Has entrado por la nueva portada y te ha sorprendido la luz de septiembre, su distribución suave y uniforme por todo el altar mayor, los sillares bien labrados, la armonía del conjunto, los 7 arcos -Jerusalén Celeste- envolviendo una sencilla imagen mariana, el alzado grácil pese a las nervaduras y pilares gruesos o la enorme girola (que te recuerda Moreruela). A simple vista, la iglesia parece seguir las austeras indicaciones de Bernardo: el zigzag de la portada, la geometría y lo vegetal en los capiteles, la sencillez de líneas, el poco ornato, el recogimiento y armonía de un plan central, como quería el Císter para todos sus monasterios, sin ocasión para distracciones… Pero Gradefes era, ante todo, Teresa Petri. Un paseo cuidadoso comienza a revelar figuras del románico más popular y cercano (santos, dragones, aluches leoneses…). Los ves en los canecillos de ábsides, claves y gran parte de los capiteles, con toda su potencia significativa, aquí, en esta cuña peninsular de un Císter en plena expansión, en el XII, tan cerca -en tiempo y espacio- de la sombra austera e iconoclasta de Claraval.
Bernardo siempre condenó estos “excesos” figurativos, opuesto al espíritu de Cluny. El santo era la viga maestra de la Orden (mucho más que los fundadores Robert de Molesmes y Alberico o su contemporáneo y abad Esteban Harding, con el que siempre mantuvo una relación fría, por diferencias de temperamento y enfoque). Más aún, Bernardo era la figura que atravesaba y arbitraba cada contradicción, cada nudo de fuerzas y conflicto del XII europeo (un siglo que contenía la semilla de muchos otros siglos). Gradefes, el monasterio, era suyo en gran medida, otro cenobio entre los cientos que aparecerán con su sello personal en la era de plenitud de la Orden (siglos XII y XIII), tan suyo... como de Teresa Petri.



 En Gradefes, el criterio de Teresa parece imponerse -suavemente, con sutileza- al del gran Bernardo de Claraval, nada menos. Teresa permite a los artesanos locales (muchos trabajarán en Sandoval, conocemos las marcas) su arte cotidiano, la iconografía románica, aunque sea dentro de un plan general y fábrica ya netamente cistercienses, protogóticos. Sonríes al pasear el deambulatorio y ver las licencias figurativas en los capiteles -amables, discretas, en lugares recogidos-, y más aún en un templo de ese rigor. No es por localismo rural -los monasterios de aquel Císter solían serlo: localistas y rurales-, no es por la lejanía del centro en cualquier esquema difusionista -estamos relativamente cerca de la Borgoña y en pleno siglo XII-: es la voluntad firme, la dulzura de Teresa Petri.


                                                                            III

Vuelves al sepulcro, escuchando tus pasos. Ves a los dos esposos yacentes, los pliegues de los ropajes sueltos, las manos sujetándolos, los alfamares cediendo suavemente bajo las cabezas… la misma impresión viva y femenina que la que aún sostiene todo en Gradefes y lo sostuvo por siglos -ese equilibrio grácil, liviano pese a las enormes cargas soportadas-.
Obsérvalos bien a los dos, detenidos en la ficción de un presente continuo, fijados en la piedra. Juntos. No encontrarás heráldica en ningún lugar, ni inscripciones, los atributos no son realmente los de una viuda y su esposo, y el mismo tumbo del XVI dice que Teresa Petri, abadesa y fundadora, el vértice de todo, no está enterrada allí, sino en la sala capitular, como era costumbre. ¿Quiénes eran entonces los exhumados en 1959?, ¿podían ser -son- Teresa y García Petri?, ¿se equivocan las fuentes documentales o se equivoca la tradición (que, con bastante lógica, los hace reposar en este mausoleo tan señalado, exento)?
Míralos ahora a ambos, sin nombre seguro: sólo una imagen que se corresponde con otra más desvaída, más castigada, la de los verdaderos cuerpos sepultos, sus ropas, sus signos, justo debajo de su escultura y por 800 años. Signos gemelos en piedra de un hombre y una mujer, nada más, inciertos, sin mayor atribución. Como el propio Monasterio de Gradefes respecto a su abadesa, Teresa Petri, sea quien haya sido.



Ves al hombre y la mujer. Te ves mirarlos dentro de la arquitectura del siglo XII.

El escarpín de ella era de cordobán, pala apuntada, la suela alta, sin talón, pequeño y delicado, ligeramente oriental. Conservaba los colores en cada motivo, los remates maestros, la estructura.

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